Apreciado Berto.
Ya estoy aquí. No sabes la de cosas que me han pasado últimamente. Como siempre, pero más. Me han robado una moto y luego la he encontrado. No van los ordenadores de casa. (Ahora sí). También me han robado el teléfono y este no lo va a encontrar ni el FBI. Total que mi mundo rutinario (si es que hacer un programa nocturno de humor cada noche puede denominarse rutina), se ha visto alterado y me he sentido como una hormiga desubicada y errática después de que un gigante se meara en su hormiguero.
El gigante ha vaciado su vejiga y todo ha recuperado una cierta normalidad. He comprado una antena de quince euros y ya capto la señal de mi wi-fi. Estamos en pleno puente del Pilar y, mientras todos se han largado, nosotros nos hemos quedado a trabajar. Así que con la tranquilidad de un pringado de lujo, me dispongo a contestarte.
Lo de Dios es un tema que un día u otro debe afrontar un humorista. Es una suerte que tengamos este oficio porque la mayoría de gente creo que no sabe lo que piensa sobre el tema, pero no tiene la necesidad de planteárselo. Llámalo pereza, desmotivación o urgencias terrenales, pero la Presencia divina en nuestras vidas, empieza a ser un tema antiguo. Tan antiguo como una catedral. Tan prescindible y anacrónico como los propios curas se han emperrado en demostrar. Así las cosas, queda una herencia cultural, un poso histórico en nuestra sociedad y un "yo soy creyente pero no voy a misa". Como si ser creyente fuera una especie de seguro de vida (¿o de muerte?) que te deja tranquilo y ya está. Como le dijo la madre de un amigo a unos testigos de Jehová que llamaron a su puerta: "Si hombre, no creo en la católica que es la única y verdadera y ahora me voy a pasar a la vuestra". Portazo.
Te contaré otra. Un genial guitarrista catalán ya fallecido, famoso por su irreverencia y su sarcasmo vital, pasó una buena temporada en el hospital antes de su recaída definitiva. En uno de esos trances cayó en coma. Al despertarse comentó: "oye, he estado allí y no hay nada". Me parece una de les definiciones contemporáneas de descreimiento más memorables. "Allí" sería un más allá, un paraíso, pero vacío. Como un parque de atracciones abandonado a su suerte. Un lugar donde se supone que todo el mundo es feliz, pero no hay nadie.
Una vez estuve en Conney Island, en Nueva York, y viví esa sensación. Estábamos a siete grados bajo cero, un viento helado hacía crujir las vagonetas de la montaña rusa. Volaban bolsas de plástico. Los puestos de souvenirs con payasos de colores miraban al vacío de un día nublado, blanco. No había nadie. Bueno, nosotros. Aquello bien hubiera podido ser un cielo expropiado.
Debo confesarte que solo creo en la gente. En el poder inconmensurable de las personas para hacer lo que quieran. Creo en los sentimientos y en la naturaleza. Puedo pasar horas viendo a una madre meciendo a su bebé o a un árbol peinando el viento con sus ramas. En silencio, a poder ser. ¿Hay algo más verdadero que eso? Digamos que creo en la verdad y reniego de las imposturas, de los que usan las religiones barnizándolas de miedo y misterio para influir y aborregar al mundo. Si todos fuéramos conscientes de nuestra libertad, de nuestro poder y además (importante) supiéramos aplicarlo con justicia...
Te he dejado unos puntos suspensivos después de "justicia", como diciendo... el mundo sería la hostia.
(Prometo no volver a "desaparecer")
Ya estoy aquí. No sabes la de cosas que me han pasado últimamente. Como siempre, pero más. Me han robado una moto y luego la he encontrado. No van los ordenadores de casa. (Ahora sí). También me han robado el teléfono y este no lo va a encontrar ni el FBI. Total que mi mundo rutinario (si es que hacer un programa nocturno de humor cada noche puede denominarse rutina), se ha visto alterado y me he sentido como una hormiga desubicada y errática después de que un gigante se meara en su hormiguero.
El gigante ha vaciado su vejiga y todo ha recuperado una cierta normalidad. He comprado una antena de quince euros y ya capto la señal de mi wi-fi. Estamos en pleno puente del Pilar y, mientras todos se han largado, nosotros nos hemos quedado a trabajar. Así que con la tranquilidad de un pringado de lujo, me dispongo a contestarte.
Lo de Dios es un tema que un día u otro debe afrontar un humorista. Es una suerte que tengamos este oficio porque la mayoría de gente creo que no sabe lo que piensa sobre el tema, pero no tiene la necesidad de planteárselo. Llámalo pereza, desmotivación o urgencias terrenales, pero la Presencia divina en nuestras vidas, empieza a ser un tema antiguo. Tan antiguo como una catedral. Tan prescindible y anacrónico como los propios curas se han emperrado en demostrar. Así las cosas, queda una herencia cultural, un poso histórico en nuestra sociedad y un "yo soy creyente pero no voy a misa". Como si ser creyente fuera una especie de seguro de vida (¿o de muerte?) que te deja tranquilo y ya está. Como le dijo la madre de un amigo a unos testigos de Jehová que llamaron a su puerta: "Si hombre, no creo en la católica que es la única y verdadera y ahora me voy a pasar a la vuestra". Portazo.
Te contaré otra. Un genial guitarrista catalán ya fallecido, famoso por su irreverencia y su sarcasmo vital, pasó una buena temporada en el hospital antes de su recaída definitiva. En uno de esos trances cayó en coma. Al despertarse comentó: "oye, he estado allí y no hay nada". Me parece una de les definiciones contemporáneas de descreimiento más memorables. "Allí" sería un más allá, un paraíso, pero vacío. Como un parque de atracciones abandonado a su suerte. Un lugar donde se supone que todo el mundo es feliz, pero no hay nadie.
Una vez estuve en Conney Island, en Nueva York, y viví esa sensación. Estábamos a siete grados bajo cero, un viento helado hacía crujir las vagonetas de la montaña rusa. Volaban bolsas de plástico. Los puestos de souvenirs con payasos de colores miraban al vacío de un día nublado, blanco. No había nadie. Bueno, nosotros. Aquello bien hubiera podido ser un cielo expropiado.
Debo confesarte que solo creo en la gente. En el poder inconmensurable de las personas para hacer lo que quieran. Creo en los sentimientos y en la naturaleza. Puedo pasar horas viendo a una madre meciendo a su bebé o a un árbol peinando el viento con sus ramas. En silencio, a poder ser. ¿Hay algo más verdadero que eso? Digamos que creo en la verdad y reniego de las imposturas, de los que usan las religiones barnizándolas de miedo y misterio para influir y aborregar al mundo. Si todos fuéramos conscientes de nuestra libertad, de nuestro poder y además (importante) supiéramos aplicarlo con justicia...
Te he dejado unos puntos suspensivos después de "justicia", como diciendo... el mundo sería la hostia.
(Prometo no volver a "desaparecer")